Comentario
CAPÍTULO VII
Indios y españoles van contra Capaha. Descríbese el sitio de su pueblo
Es de saber, para mayor claridad de nuestra historia, que este cacique Casquin y sus padres, abuelos y antecesores, de muchos siglos atrás tenían guerra con el señor y señores de otra provincia llamada Capaha, que confinaba con la suya. Los cuales, porque eran mayores señores de tierra y vasallos, habían traído, y traían siempre, a Casquin arrinconado y casi rendido, que no osaba tomar las armas por no enojar a Capaha y por no irritarle a que le hiciese el daño que como más poderoso podía. Estaba quieto; sólo se contentaba con guardar sus términos sin salir de ellos ni dar ocasión a que le ofendiesen, si con los tiranos basta no dársela. Pues como ahora viese Casquin la buena coyuntura que se le ofrecía para con la fuerza y poder ajeno vengarse de todas sus injurias pasadas, y él fuese sagaz y astuto, pidió al gobernador la licencia que hemos dicho, con la cual, y con la intención de vengarse, sacó sin la gente de servicio cinco mil indios de guerra bien apercibidos de armas y adornados de grandes plumajes, que por ninguna cosa saldrán de sus casas sin estas dos. Llevó tres mil indios cargados de comida, los cuales también llevaban sus arcos y flechas.
Con este aparato salió Casquin de su pueblo, habiendo pedido licencia para ir delante con su gente con achaque de descubrir los enemigos, si los hubiese, y de tener proveídos los alojamientos de las cosas necesarias para cuando el ejército español llegase. Sacó su gente en escuadrón formado, dividido en tres tercios --vanguardia, batalla y retaguardia--, en toda buena orden militar. Un cuarto de legua en pos de los indios salieron los españoles y así caminaron todo el día. La noche se alojaron los indios delante de los castellanos, pusieron sus centinelas también como los nuestros, y entre las unas centinelas y las otras pasaba la ronda de a caballo. Con esta orden caminaron tres jornadas y al fin de ellas llegaron a una ciénaga muy mala de pasar, que a la entrada y a la salida tenía grandes atolladeros y el medio era de agua limpia, mas tan honda que por espacio de veinte pasos se había de nadar. (Esta ciénaga era término de las dos provincias enemigas de Casquin y Capaha). La gente pasó por unas malas puentes que había hechas de madera. Los caballos pasaron a nado, y con mucho trabajo, por los pantanos que a las orillas de una parte y otra de la ciénaga había. Tardaron todo el cuarto día en pasarla y a media legua de ella se alojaron indios y españoles en unas hermosísimas dehesas de tierra muy apacible. Otras dos jornadas caminaron, pasada la ciénaga, y al tercer día, bien temprano, llegaron a unos cerros altos de donde dieron vista al pueblo principal de Capaha, que era frontera y defensa de toda la provincia contra la de Casquin y, por ende, lo tenían fortificado de la manera que diremos. El pueblo tenía quinientas casas grandes y buenas; estaba en un sitio algo más alto y eminente que los derredores; teníanlo hecho casi isla con una cava o foso de diez o doce brazas de fondo y de cincuenta pasos en ancho y por donde menos, de cuarenta, hecho a mano, el cual estaba lleno de agua y la recibía del Río Grande, que atrás hicimos mención, que pasaba tres leguas arriba del pueblo. Recibíala por una canal abierta a fuerza de brazos, que desde el foso iba hasta el Río Grande a tomar el agua; la canal era de tres estados de fondo y tan ancha que dos canoas de las grandes bajaban y subían por ella juntas, sin tocar los remos de la una con los de la otra. Este foso de agua, tan ancho como hemos dicho, rodeaba las tres partes del pueblo, que aún no estaba acabada la obra; la otra cuarta parte estaba cercada de una muy fuerte palizada, hecha pared de gruesos maderos hincados en tierra, pegados unos a otros y otros atravesados, atados y embarrados con barro pisado con paja, como ya lo hemos dicho arriba. Este gran foso, y su canal, tenía tanta cantidad de pescado que todos los españoles e indios que fueron con el gobernador se hartaron de él y pareció que no le habían sacado un pece.
El cacique Capaha, cuando sus enemigos los casquines asomaron a dar vista al pueblo, estaba dentro, mas, pareciéndole que por estar su gente desapercibida y por no tener tanta como fuera menester no podían resistir a sus contrarios, les dio lugar, y, antes que llegasen al pueblo, se metió en una de las canoas que en el foso tenía y se fue por la canal hasta el Río Grande a guarecerse en una isla fuerte que en él tenía. Los indios del pueblo que pudieron haber canoas fueron en pos de su señor. Otros que no las pudieron haber se huyeron a los montes que por allí cerca había. Otros, más tardíos y desdichados, quedaron en el pueblo. Los casquines, hallándolo sin defensa, entraron en él, no de golpe sino con recato y temor no hubiese dentro alguna celada de enemigos, que, aunque llevaban el favor de los españoles, todavía, como gente muchas veces vencida, temían a los de Capaha, que no podían perderles el miedo, la cual dilación dio lugar a que mucha gente del pueblo, hombres, mujeres y niños, se escapasen huyendo.
Después que los casquines se certificaron que no había en el pueblo quién los contradijese, mostraron bien el odio y rencor que a los moradores de él tenían, porque mataron los hombres que pudieron haber a las manos, que fueron más de ciento y cincuenta, y les quitaron los cascos de la cabeza para se los llevar a su tierra en señal de blasón, que entre todos estos indios se usa de gran victoria y venganza de sus injurias. Saquearon todo el pueblo, robaron particularmente las casas del señor con más contento y aplauso que otra alguna, porque eran suyas; cautivaron muchos muchachos, niños y mujeres, y entre ellas dos hermosísimas mozas, mujeres de Capaha, de muchas que tenía, las cuales no habían podido embarcarse con el cacique, su marido, por la turbación y mucha prisa que el sobresalto de la no pensada venida de los enemigos les había causado.